La espera

Publicadas por A.Cid
    ¿Por qué seguía frecuentando ese lugar? La pregunta retumbaba sin pausa en su cabeza. Ya hacía varias horas que su mente vagaba por mil lugares excepto la realidad. Cada sábado iba allí a realizar su ritual: sentado en la misma mesa, pedía una y otra vez lo mismo para beber.

    Se quedaba estupefacto mirando fijamente la entrada de ese antro, con una sensasión ambigua de calidez hogareña e incomodidad de baño público. Ese rito le otorgaba cierta esperanza de que, al repetir paso a paso los acontecimientos de ese momento único que le devolvió la vida, ella volvería a entrar por la misma puerta y al mirarlo a los ojos todo volvería a estar bien.

    Le tomó muchísimo tiempo darse cuenta que lo había hechado a perder por completo. Demasiado. Jamás quiso admitir la posibilidad de que nunca más volvería a verla. No llevaba la cuenta, pero algo era seguro: otra de las nuevas vidas que había inventado se había escurrido de sus manos, y la necesidad de volver a lo más cercano que poseía a un hogar comenzaba a hacerse un lugar en su pecho. Suponía, como era usual, que ahora sólo restaba resistir una hora de insultos por teléfono a larga distancia a cambio de alojamiento en casa de su hermana, que reiteradas veces lo recibió con los brazos abiertos y los puños cerrados.

    Resolvió llamar a su tierra natal también un sábado a la noche. Ebrio y solo en el mismo sitio, vió entrar a quien esperaba hace tiempo. Él no pensaba encontrarla, por supuesto, de la mano de otra persona, sonriente y tan llena de vida. Aquella que una vez le perteneció y llenó su vida de orgullo, ahora pertenecía a otro. La mezcla de ira, tristeza y alcohol lo impulsó al ataque del nuevo enemigo, y se disipó recién horas más tarde cuando estaba en su departamento, con la cara convertida en una sopa de sangre y lágrimas que manchaban su teléfono inalámbrico.

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