-- K-Kat... ¿Kat? Soy yo, Niko -balbuceó luchando contra el retardo de la línea.
-- ¿Niko? ¡Maldito hijo de puta! ¿Dónde te habías metido en todo este tiempo?
No era la primera vez que él desaparecía sin dejar rastros...
-- Estuve ocupado. Hice... cosas.
-- ¡No has llamado en más de un año! ¡Imbécil, no te importa nada más que tu vida! -rugió ella.
Ella tenía razón, un año es muchísimo tiempo.
-- Sabes que no es así, Kat, pero-
-- ¡Sin peros, Nikolai! ¡Siempre haces lo mismo! Te vas por meses y no me diriges la palabra. ¿Apareces un día y esperas que te invite a cenar? ¿Que te espere con animales de peluche? ¿O acaso necesitas que te siente en mi regazo y te diga que todo va a estar bien? -interrumpió furiosa.
El encono era el estado anímico por defecto de Katerina, y también una de las tantas maneras en que expresaba su cariño por su hermano menor. Conociéndola, sólo le duraría unos instantes, o como mucho, unos días.
-- Perdón, hermana. Sabes que no es adrede. Yo no-
-- Cállate bastardo. ¡No quiero oir tu voz! -volvió a interrumpir, tan fuerte como para distorsionar la voz en el teléfono-. ¡Es la tercera vez que haces esto!
Excepto cuando él mete la pata lo suficientemente hondo.
-- L-la quinta, en realidad.
-- ¡Vete a la mierda Nikolai! ¡Vuelvo a verte y te parto la cara! ¿Entendiste?
Y esta vez metió la pata hasta las narices. Quizás la rabia le dure bastante más tiempo.