Volver a casa

Publicadas por A.Cid
    Ya estaba acostumbrado a las miradas ajenas. Su comportamiento en sociedad dejaba bastante que desear, y jamás hacía ningún esfuerzo por integrarse a ella. Ese viaje no era la excepción. Sus gigantescos auriculares lo alejaban de la normalidad, mientras agitando la cabeza al ritmo del ruido cuasi-tribal que llamaba música, escrutaba las luces nocturnas de la ciudad por la ventanilla. Tampoco le preocupó si el hombre de traje que se sentaba a su lado se molestó cuando corrió a dejar su almuerzo en el espantoso cubículo móvil donde uno hace su porquería en los aviones. Viajar le revolvía las tripas, y ellas tenían un pintoresco modo de demostrarlo.
    Pudo alzar la vista minutos despues, para ver su rostro en el espejo. Pálido, trató de reconocer sus rasgos en el turbulento espejo. No recordó lo que había comido, pero ahora parte de eso se encontraba atrapada en el piercing de su labio.
    -- No puedes evitarlo, ¿cierto, viejo perro? -se dijo a sí mismo, dándose palmadas condecendientes en su mejilla-. Tenías que redecorar otro baño más. El vandalismo corre por tus venas.

    Aterrizó sentado en el plástico inodoro de coloridas nebulosas, y allí esperó a la gente apresurada que forcejea para salir primeros, y luego camina pacíficamente mirando las vidrieras llenas de chucherías del aeropuerto. Cuando el bullicio acabó, se escabullió hacia la salida evitando las miradas del personal.
    -- Que tenga usted un buen día -le deseó una aeromoza.
    -- Sí, como sea. Asegúrense de volver limpiar el baño, es un completo desastre -dijo bruscamente, respirando la primera bocanada de aire de su tierra natal.

    Siguió caminando hacia la salida al ritmo de su reproductor, y vió el fatídico paisaje de cursilería que podría hacerlo vomitar. Eso sería, si aún tuviese algo en su estómago.

    "Goldberg", "Alexander", "Anna".

    Todos esos nombres en carteles de bienvenida. ¡Eso lo hacían en las estúpidas películas! ¿Acaso no saben quién carajo es el que esperan?

    "Dmitri", "Maria".

    Fantaseaba con presentarse bajo alguno de los nombres en los carteles, sólo para ver que le deparaba a ese individuo en particular. Podrían estar buscándolo para cerrar un trato millonario, llevarlo con su familia, o simplemente asesinarlo. Lograba convencerse, entonces, que no valía el esfuerzo.
    El único cartel que llamó verdaderamente su atención fue aquel que decía "IMBÉCIL", sostenido por una jóven de cabello corto y rojo rabioso, de aspecto desalineado. Sin ninguna duda cumplía con los requisitos del cartel, por lo que caminó a su encuentro respondiendo a su llamado.

    -- ¿Qué miras, marica? -dijo ella.
    -- La tercer palabra que me dices en un año sin verme es un insulto. Qué inesperado de ti, hermana.

    Una mano le cruzó la cara, y Niko sintió el oxidado sabor a sangre en el interior de su labio, junto a su arete. Luego, el fraternal abrazo del encuentro.

    -- ¿Qué es ese olor? -preguntó ella, alejándolo un poco.
    -- Lo que almorcé esta mañana, antes de salir. Te guardé un poco.

    Lo apartó completamente y en uno de sus ataques de rabia se fue caminando velozmente, insultándolo en su lengua madre, volteando de a ratos para asegurarse que lo seguía.

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